martes, abril 25, 2006

Olor a loco

Existen algunas noches en las que quiero, más que otras, entrar en la locura como en una fiesta con muchos invitados que tardan en llegar.
Ir pasando la mano por los manteles blancos de las mesas vacías y que todo huela a desinfectante o a metales... o no huela, de repente, para poder acordarme con la nariz de ciertas cosas que dejaría en mi vida anterior, en la de la cordura: el olor del cigarrillo en los dedos, el de un pimiento ( si es amarillo, mejor) y, principalmente, el olor a café que tienen algunas mujeres donde deberían tener cualquier otro perfume menos ese.

Después de todo, los espejos nunca fueron mis amigos, ni los relojes, pero más por su manía de "tititití" que por la muerte o las arrugas.
Oler y perder, nasalmente, la lógica ( al menos al principio). Ya habrá tiempo para evitar multitudes ( la fiesta sigue desierta), podrán seguir otros síntomas y me daré en la cabeza con una botella verde.
Me gustaría entrar así en una cajita de pastillas azules y rojas que me conviertan en un ser "slow motion" sin que pueda darme cuenta.

Pero ahora llueve, y el olor está mojándose como un perro, o como un pullover que se quedó en la soga, y todo es demasiado humano... y predecible.


( Además, creo que S. me mira con su ojo derecho detrás de los anteojos de sol, desaprobándome)

viernes, abril 14, 2006

El miedo de las ventanas

Hace muchos años aprendí a temer absurdamente. Entre juegos místicos, preferí la luz de un foco y no la de una vela.
Algunas veces me seguían los perros hasta la parada del colectivo y lejos de sentir algún tipo de protección temía que alguno, de esos que miran como hombres, soltara una frase reveladora que me condujera sin atajos a la locura. Supongo que esa es la razón para mi costumbre de saludar perros... me prevengo, les gano de mano para que en todo caso los locos sean ellos.

Esto tiene que ver con las ventanas, ahora tengo miedo de las ventanas ( eso explica que busque puertas), creo que las ventanas son como borra de café, como cartas de Tarot que pronostican vidas ajenas o mi propia vida pero a largo plazo, todavía no verificable.

Yo miro tus ventanas desde el edificio de enfrente. Generalmente pasan más piernas que caras, como si todos fuesen demasiado altos. Ventanas azules y verdes... la mía es amarilla.
Pero somos consorcios enemistados quién sabe por qué tema de expensas o recolección de residuos y sólo me queda mirar por mi ventana que te pronostica mi cara cuando llueve y los vidrios se empañan...
Todavía no sé qué querrán decir todas esas piernas, pero me da ese miedo que te contaba, son siempre pares de piernas que pasan, que se llevan los muebles y las flores.
A veces creo que sólo se despiden, pero la adivinación no podría ser tan obvia.

Algunos días me quedo horas mirando la puerta ( no es de vidrio), esperando que también diga algo, que salgas vos, que se queden todas las piernas en la vereda de enfrente.
Verte salir y abrir mi ventana amarilla, porque ya está faltando el aire.

lunes, abril 10, 2006

Pieza teatral

El edificio era gigante, viejo pero firme con ese aire de fortaleza europea desde la que parece inminente la salida del Rey y su séquito.
Todos recorríamos los pasillos hechos un ejército de apretones y gritos, llevábamos papeles de color verde que repartíamos con la sensación de festejo que nuestros veintipico exigían...
En las paredes los carteles pasaban, como por la ventanilla de los trenes, en el costado del ojo y eran murales de un carnaval presto a resolver el mundo.
Los profesores nos miraban con la misma desconfianza de hace siglos, nos veían viéndose la juventud y las canas de ahora pronosticaban sus traiciones de ayer, sus “ya se les va a pasar” de esa mañana.

Cuanto entré al salón pidiendo permiso la cara de la señora Berger me censuró el envión y tuve que pedir disculpas por interrumpir un guitarrista que traspiraba las cuerdas evidentemente nervioso y examinado. Di un par de vueltas por las otras aulas y escuché que ya se hablaba de nosotros en voz baja.
Volví al salón de la guitarra y vi que te habías puesto un sombrero y un bigote falso con el que interpretabas a un general saltarín, usabas esa chaqueta azul que fue de tu mamá y ahora ya no tiene esas estrellas del ejercito soviet con las que la compró. Soledad parecía ser tu asistente, también tenía un bigote falso, que se le despegaba y que intentaba sostener juntando la boca con la nariz, y un sombrero verde sobre el pelo suelto y largo como un truco de mago descubierto.
Vos caminabas, bajando y subiendo la frente, alrededor de la mesa larga en la que todos se habían sentado, desde donde te seguían ir y venir afirmando y consultándose tu discurso.

Yo miraba desde afuera, por el vidrio de la puerta que daba al descanso, y sonreía al reconocer los gestos que le robabas a esos clown que veías en la tele los sábados. Pensé que si en vez de uniforme tuvieras unos zapatos del talle 52 y una nariz enorme y roja lo mismo todo el mundo seguiría cada movimiento tuyo hasta contracturarse el cuello o la espalda.
En el momento en el que giraste, rápidamente, para empezar la vuelta a la mesa por el otro lado miraste la puerta y se te escapó una sonrisa de ojito brillante y yo también sonreí.


Cuando volví a verte usabas un vestido largo en escala de rojos o naranjas y parecías más alta. No sé de qué ibas a convencerlos en este acto, Soledad ya sostenía el bigote con la mano y cuando me vio corrió a abrir la puerta riéndose.
- Y además...- dijo- se va a casar!- y me miró.
Saliste del guión y frunciste el ceño y yo hubiera podido decir lo que pensabas sin equivocar una coma pero te quedaste muda. Con un salto de trapecista me guiñaste el ojo y te colgaste de mi cuello confirmando la información de último momento.

Me desperté impresionada por el chorrito de agua que me tiraste con la flor amarilla que te había regalado después de cortarla del jardín de la facultad. Ya no me pude dormir y saque cuentas de las razones para semejante sueño....
- La película de la segunda guerra, la agenda cultural del diario, el libro que estoy leyendo, las banderas que no deberían dejar de dolerme en los brazos-

Me vestí y preparé el desayuno. Cuando vi que hoy es domingo dejé de buscar excusas y repetí viejas conclusiones acerca de dios y esas cosas tan de séptimo día.

- Buenas noches...-
- Buenas noches ¿ Hace cuánto ya?-
- No tanto, un par de días-
- Es que sin ti el tiempo pasa lentamente y me parecen años- sonreíste.
- Entonces, es la revés si pasa lentamente no pueden parecerte años-
- Ajá... ¿ Domingo dijiste?-
- Si -
- ¿ Y con quién soñabas?-
- No sé, con vos, conmigo, pero en otra vida, no ahora-
- ¿ Y para qué hacés que hablemos? Sabés que yo no diría esto que me hacés decir-
- Eso tampoco lo sé, para estar tranquila supongo-
- No te creo, pero como no me vas a dejar decir lo que realmente diría mejor me callo-

El día en que dejé de ver perros a rayas pensé que era necesario hacer un duelo y que, entre “yes” y tildes, me habías contagiado un poco de tragedia. Pero registro fotos cerebrales de Rayuelas dibujadas casi siempre en la calle con piedritas, o me río de esos pájaros que caminan a lo Chaplin en vez de volar como haría yo si fuese ellos.
Entonces, no ando de ojos oscuros ni con las tormentas que derrumbaron nidos, me veo y también soy yo.
Siempre contándote, para que me cures, con versiones originales de calor.