lunes, noviembre 27, 2006

Sobre llovido, tocado.

( Crónica subpluvial)

Creo que siempre me han gustado los viajes en taxi, como si el tiempo que tardo en llegar a mi casa desde cualquier lugar fuera justo el necesario. Una vez que el taxista cumple con ese tipo de prueba, consistente en testear si el pasajero es o no de esos que se aburren con quince o veinte minutos de silencio, se vuelve placentero. Uno puede recostarse un poco sobre alguno de los vidrios y ver como la gente va, pasa...

A veces, como anoche, también se puede mirar la lluvia y saberse seco por un rato, abrir la ventanilla a penas, y calcular si irá a hacer falta ponerse un abrigo antes de llegar.

Estoy acostumbrada a bajarme una o dos cuadras antes, para no romper el clima con algún barullo familiar que ande dando vueltas, y fumar tranquila el casi último cigarrillo del día.
Ayer, cuando abrí la puerta, todos dormían. Supe que tenía que buscarte y decirte que, en un taxi, nos habíamos reconciliado de una enemistad que olvidé mencionar en la tarde.
Vos leías un cuento para ir a dormir, entonces, como si realmente no existieran las casualidades, Cortázar dijo: “ Siempre olvidé el paraguas antes de ir a buscarte”.

No me importó que alguien más entendiera, pasé sin tocarte mi mano por tu espalda y abracé la almohada, que tembló.

domingo, noviembre 19, 2006

Chau, qué tal...

Esto no será un inventario, no quiero una caja en la que ir guardando 24 años como encerrándolos, no voy a enumerar lo que dejo, porque todos los días vendré de visita.
Cuando sea hora de apagar los sonidos, tendré una puerta azul, igual que la que ahora miro, para abrir.

Algunas veces, esto pasa y el amor te destierra, te exilia, te arma las valijas, las mudanzas. Y ahí va uno, contento, con fotos y probabilidades para las paredes que estarán todavía blancas.

Nos vamos, más solidarios que nunca, a ser otros.
Nuevos, también blancos y pulcros, a volvernos la casa detrás de la puerta que abrirá una mujer de ojos felices.