jueves, agosto 07, 2008

Media Lengua

A ustedes mil

Yo escupía las palabras con asco, eran tan asquerosas que mantenerlas dando vueltas entre pecho y boca me marchitaban la lengua y esta especie de alma. Las tiraba sobre las hojas ya hechas un bollo, no importaba, no eran sonidos que pudieran repetirse en otras bocas, ni vistos por ningunos ojos. Mis viejas palabras, verdes, se desprendían de mi sin explicaciones para nadie, puteaban al decir amor, se desgarraban a si mismas y el gusto a sangre se aferraba en la garganta. Sin embargo, estuve conforme. Supe insolarme en invierno y morirme de frío en enero, como corresponde a cualquier poeta que se precie. La noche era un vertedero de tintas agónicas y los amigos eran los brazos que les faltaban a las mujeres en las camas.
Supieron mis otros renglones repugnarme como Dios manda, fueron cucharadas de nausea y dolores de cabeza honoríficos martillando la almohada.
Claro que otro día como cualquiera llegó, oscura y loca, aparentemente igual que todas. Una más, esa que era envuelta en otros fantasmas.
Entonces fuimos cuatro, nosotras y las otras, las del otro lado del espejo mordiendo los bordes de los vidrios, intercambiando roles, presas ellas de aquel lado y nosotras del nuestro. A veces, yo tiraba del brazo de la otra para aliviar el instinto de batalla y terminábamos masacrándonos, molidas a palos para correr después a los brazos de las que quedaban ilesas pero tristes. Las espectadoras, las más humanas y menos animales no siempre eran las mismas, nunca sé quien es quien, ni siquiera ahora que me envuelvo la mano derecha con estas gasas desflecadas.
Vivimos en un sótano, ubicado en la única terraza del barrio, siempre que subimos bajamos. Volvemos al irnos invariablemente, y ese es el significado de eternidad en nuestra lengua que mientras menos palabras articula más lame.