lunes, febrero 15, 2010

Las mujeres










De hoy en día







Mamá





Las mujeres II



Las mujeres













Taller Nautilius, La Cumbre




Bocetando el mural de la Terminal de Omnibus




jueves, agosto 07, 2008

Media Lengua

A ustedes mil

Yo escupía las palabras con asco, eran tan asquerosas que mantenerlas dando vueltas entre pecho y boca me marchitaban la lengua y esta especie de alma. Las tiraba sobre las hojas ya hechas un bollo, no importaba, no eran sonidos que pudieran repetirse en otras bocas, ni vistos por ningunos ojos. Mis viejas palabras, verdes, se desprendían de mi sin explicaciones para nadie, puteaban al decir amor, se desgarraban a si mismas y el gusto a sangre se aferraba en la garganta. Sin embargo, estuve conforme. Supe insolarme en invierno y morirme de frío en enero, como corresponde a cualquier poeta que se precie. La noche era un vertedero de tintas agónicas y los amigos eran los brazos que les faltaban a las mujeres en las camas.
Supieron mis otros renglones repugnarme como Dios manda, fueron cucharadas de nausea y dolores de cabeza honoríficos martillando la almohada.
Claro que otro día como cualquiera llegó, oscura y loca, aparentemente igual que todas. Una más, esa que era envuelta en otros fantasmas.
Entonces fuimos cuatro, nosotras y las otras, las del otro lado del espejo mordiendo los bordes de los vidrios, intercambiando roles, presas ellas de aquel lado y nosotras del nuestro. A veces, yo tiraba del brazo de la otra para aliviar el instinto de batalla y terminábamos masacrándonos, molidas a palos para correr después a los brazos de las que quedaban ilesas pero tristes. Las espectadoras, las más humanas y menos animales no siempre eran las mismas, nunca sé quien es quien, ni siquiera ahora que me envuelvo la mano derecha con estas gasas desflecadas.
Vivimos en un sótano, ubicado en la única terraza del barrio, siempre que subimos bajamos. Volvemos al irnos invariablemente, y ese es el significado de eternidad en nuestra lengua que mientras menos palabras articula más lame.

domingo, septiembre 30, 2007

Menos mal

Menos mal que apareciste
Menos mal me convenciste
Menos mal sigues aquí

Menos mal nos ofendimos
Menos mal nos perdonamos
Menos mal nos dimos otra oportunidad

Menos mal que construimos
Menos mal nos decidimos
A seguir hasta el final

Menos mal nos equivocamos
Menos mal nos enmendamos
Menos mal volvimos a empezar

No te vayas nunca lo malo disculpa
No te alejes no me dejes
No te vayas nunca lo malo disculpa
No te alejes no me dejes

Menos mal que apostamos
Que semillitas sembramos
Que nos hacemos reír

Menos mal nos divertimos
Como niños sorprendidos
Menos mal sentimos juntos ganas de vivir

Menos mal nos conectamos
Menos mal nos impregnamos
Menos mal nos penetramos

No te vayas nunca......

Andrea Echeverry

martes, julio 03, 2007

El Nunca

“De lo que no se puede hablar, se debe callar"

Entonces, no sé para qué estaré por contar esto, para rebelarme otra vez... contra mí mismo que no puedo decir lo que sigue.

Yo estaba, me acuerdo, sentado en una punta de la mesa. Ella en la otra, con cara de estar haciendo lugar en su memoria a falta de lápiz y papel.

- ¿Y adónde iba antes de que yo le tocara el hombro?- dijo, como si estar en mi casa le diera algún derecho a interrogarme.
- No sé - le dije y sonrió- no, te lo digo en serio, che. Me subí al E1 como me hubiera subido cualquiera. Yo te entiendo que a vos te parezca extraño, pero cuando me bajé te vi mirarme y viste que miré a los dos lados. Era capaz de tomarme el mismo colectivo por la puerta de atrás si estuviera permitido.
- No me va a decir que usted es uno de esos locos que terminan sueltos por mansos, me negaría a creer eso, y estar acá dejaría de tener sentido- aquello sonó casi a ruego, no me dejó opción la pibita.
- Vos podés pensar que soy una señal y que quedarte cebándome estos mates mientras parto a la mitad este criollo. Podés creer que soy un mendigo como ese de La Biblia que al final era dios y menos mal que el pobre tipo lo dejó entrar y le dio el último pan que le quedaba. Podés inventarte que quiero decir " algo más", entonces, te bendigo- dijo que era atea, después supe que para colmo era comunista...- pero sólo soy un viejo que se olvida de todo menos de desayunar poesía.
- Eso me dijo la señora pelirroja que ligó la serenata. Y que usted le dijo que no sabía su propio nombre.
- ¿La pelirroja? La elegí porque tenía cara de buena mina, uno se da cuenta. Imaginate si me ponía a recitarle a la pibita del costado, la que usaba anillos y pulseras de plástico- no se dejó engañar por mis vueltas y volvió sobre lo de mi nombre - y sí- le dije debo haberle dicho que no sé cómo me llamo. ¿Para qué decirle quién soy? No pretendo que una mujer que escucha una poesía en un colectivo, casi al oído, salga después a buscarme por las calles o por otros colectivos que seguramente no serán nunca más al que yo me subo, porque así es la vida y porque demasiadas desilusiones tiene la realidad como para dejarla meterse conmigo.
- Peor acá estoy yo- insistió, tierna- que sigo sin saber su nombre y, sin embargo, lo he seguido hasta su casa.
- Vos sos una pibita, no una mujer. Una pibita con cara de que escribe por eso te dejé entrar. Aunque lo que vos hacés es joderme un poco. Esta historia no cabe en unos cuantos versos, una pena. No voy a poder recitarla en un colectivo, así que contar quién soy, sin metáforas, es joderme un poco, pero te dejo por los mates- después supe que era entrerriana y eso explicó que los mates valieran tanto la pena.

Mientras charlábamos se encandiló con el portafolios y la dejé ver lo que guardo, con la vergüenza que me hace abrazarlo de miedo a que se sepa.
- No vayas a decir lo que viste- le pedí- decí, si querés que lo llevo abrazado porque se le han gastado las hebillas y que adentro sólo hay hojas blancas porque las poesías ya me las sé todas, pero no digas lo que hay, poné cualquier cosa.

Se fue sola a la cocina como si estuviéramos en su casa y no en la mía. La escuché abrir y cerrar alacenas, destapar frascos infructuosamente. Por lo visto se dio por vencida y volvió al comedor para buscar un paquete de yerba que guardaba en la mochila.
- Bueno- dijo, armando el segundo mate- tiene razón, yo digo que escribo y si historia va a ser mi best-seller.
- ¿Estás segura? Mirá que Córdoba está repleta de viejos locos dando vueltas, no soy una especie en extinción. Sólo te tiene que pasar aquello de coincidir. Yo sí creo en el azar.
- Acá estamos, coincidiendo- movió la bombilla y echó un chorrito de agua dentro del mate- puede ser que haya más como usted, pero el que se puso a recitar en el colectivo que yo me tomé no fue otro, aunque ya ni me acuerdo de qué fue...
- Federico y Neruda, piba. Con el chileno se sonrojó la pelirroja... es que decía "pechos" varias veces- la piba también se sonrojó.
- Bastante audaz-
- No creo que haya sido audacia, las mujeres se avergüenzan y se ponen más lindas. Uno no puede resistirlo. Bueno, la verdad es que de comer también me olvido o se me olvidan los bolsillos.
- Yo que usted, después de recitar paso el sombrero.

Me levanté de la mesa y le solté el mate casi en la cara. La verdad es que no lo pude creer, salí y por no echarla dejé la puerta abierta. Tuve ganas de tomarme un café en la esquina pero mis bolsillos no se habían curado milagrosamente de la amnesia, así que me subí a un colectivo y sin mirar me acomodé al oído de una pibita que al final terminó pareciéndose mucho a la que había dejado en mi casa.
Lo raro es que en vez de agacharme un poquito y empezar a contarle bajito una de Benedetti tan acorde a su juventud, la miré serio y le susurré:
- ¿ Escribís?
La piba dio vuelta la cara para el lado de la ventanilla y el muchachito que la acompañaba miró al chofer, amenazante.
Me bajé por la puerta de atrás y volví a casa un poco confuso, aliviado de haber pasado bastante tiempo afuera.
Desde la esquina la vi sentada en la puerta y caminé porque ya no tenía opción, lo único que me faltaba era que el barrio, que ya me miraba bastante raro, viera a un viejo como yo escapando de una pibita como ella.
- ¿Cómo le va?- dijo, naturalmente. Vi que el cuaderno ya lo tenía lleno de apuntes y flechas.
- ¿Y cómo me va a ir? ¿Qué haces acá todavía?
- Escribo...
- Bueno, ahora ya te podés ir, gracias por cuidarme la casa y si querés... vení mañana.

Cuando sonó el timbre al otro día, todo me pareció demasiado previsible. Era ella. No sólo porque ya ni me acordaba de que tenía timbre, si no porque cuando dijo: - Bueno, un día de estos paso- supe que un día quería decir mañana.
- ¿Qué hacés acá a las ocho de la mañana, piba?
- Traje mate y criollos- dijo como si no le hubiese preguntado nada- además... se nota que hace rato se levantó.
_ Sí- reconocí resignado. me despierto casi siempre a las seis- no le dije que cada madrugada me despertaba muerto de miedo soñando que en medio de una poesía me quedaba en blanco y una mujer en el colectivo me molía a carterazos.
- Bueno- dijo con el primer mate, sacando el cuaderno y la birome-¿Cómo empezó todo?
- ¿Qué todo, nena? Acá no hay ningún todo.
- No se olvide de que vi su portafolios...
- Ah! Eso!- me hice el disimulado, porque tenía la esperanza de la piba quisiera saber sólo el tema de los colectivos, pero no... la verdad es que hacía mucho tiempo que no hablaba del asunto. Acordarme me acordaba, todos los días... me acordaba a cada rato.
- Yo siempre escribí- empecé a contarle- con siempre quiero decir antes, cuando tenía cuatro o cinco años más que vos.
- ¿Y cuántos años tengo yo?- dijo con una especia de insinuación que me dejó perplejo.
- Y... debes andar en los 26 o 27- le sumé un par porque, según mis conocimientos, las chicas jóvenes siempre quieren tener más edad.
- 25- me dijo un poco enojada, cosa que me desconcertó bastante- 25 noviembres. Así que tenía mi edad.
- Tu edad, más o menos. Y, como vos, escribía... Pero hubo un día, todavía me acuerdo, como si hubiera sido ayer. Resulta que estaba un día pintando unas cajitas de madera, las usaba para guardar papelitos con ideas y me pareció que pintarlas de azul les daba un algo especial. En esa época vivía con Clara, muchos creián que ella era un especie de madre para mí, pero en realidad estábamos igual de locos. La diferencia era que ella lo disimulaba mucho mejor delante de la gente para después reírse y confirmar que lo suyo era la actuación dramática.
Bueno, resulta que un día, una mañana, cerca del mediodía llegó Julio, con hambre para variar, disimulando interés por mi salud.
- ¿Julio?
- Era un amigo, un profesor de historia que había terminado conmigo el secundario. Tipo alto y de barba. La verdad es que si escribís algo de mí, podrías decir que soy así como Julio. Sería mucho más acorde con las fantasías que tenés.
_ ¿Fantasías?- volvió a insinuar algo con la mirada, pero esta vez decidí no seguirle la corriente. Ya no estaba para esos trotes.
- La cuestión es que había llegado Julio con su barba y su metro ochenta y ocho:

- ¿De qué hablaban?
- De nada en particular, de todo en general.
Vació el cenicero por la ventana, pensó lo de siempre: que tenía que perder esa costumbre o comprar otro cenicero " Uno lindo y grande... verde".
- Tenés que perder esa costumbre.
- Es lo mismo- dijo- viene el viento y los vuela.
En la vereda la montaña de cenizas, colillas y papeles se arremolinaba y volvía a entrar en la casa.
-¡Te lo dije! ¡Cerrá la ventana!

Sonrió.

- Son puchos nostálgicos de mi boca, papeles que añoran mi lápiz...podrías seguirles el ejemplo.

Fue ella la que barrió el montón de polvo sensible, como siempre, hasta al lado de la puerta, la palita le daba fiaca.

En la cocina se olía sopa de nada, vapor que lo mismo serviría para la gripe o el resfrío.
-¿La otra cuchara?
- ¡Qué sé yo! Se la habrá comido el perro, querida-contestó con tono aristocrático- conoces los gustos extravagantes del can, su devoción arqueológica, su apetito insólito por los metales brillantes.
- La otra vez la tenías abajo de la almohada.
- Nunca se sabe quién puede trepar las paredes en el medio de la noche. La cuchara es por la inseguridad ¿no ves tele vos? Después te quejás de que no te cuido, ponete de acuerdo.
Tomá la cuchara.
-Poné la mesa, para tres.
- ¿Quién vino? - corrió con el antebrazo un par de libros, la pila de diarios, dos vasos de plástico con agua azul, liberando la mitad de la mesa.
- Julio, está en el baño.
- ¡Julio!- gritó- ¿no saludás más?
- Les pregunté de qué hablaban, y vine a lavarme las manos- cerrando la puerta del baño el hombre alto y de barba, sonrió acostumbrado.
- Sentate, che. Estábamos acá por almorzar.
- Sacá todo de la mesa- fue ella la que juntó los vasos y los diarios.
-¡No me toques los papeles!
- No te los toco, pero sacalos que no entramos.
La miraron caminar de vuelta a la cocina, como si seguirla con los ojos fuera inevitable, como si sus pasos o su espalda los encandilara.

-¿Ya tenés el final?- preguntó el de barba.
- Lo tengo en la punta del lápiz, lo que pasa es que ésta viene con el sacapuntas y me deja en blanco, " Corré tal cosa", " tirá los puchos", " Tomá la sopa", así no se puede.
-¿No estarás exagerando?
-¿Qué querés decir, che? ¿Que soy el novelista infinito, el inconcluso, el nudo siempre nudo, el escritor destinado a hacerse vapores con la sopa, el nunca?
- Yo sé que nunca te gustaron los finales.

Con los platos en frente se hizo el silencio y el humo. El guardó la cuchara en el bolsillo...
- No seas chiquilín. Tomá la sopa, toda, hasta el último
traguito.

-¿Y era cierto lo de la cuchara?- preguntó, como siempre lo menos importante.
- A veces - le dije- Bueno, suficiente por hoy, vos anotá que ese día me di cuenta. No estaba loco pero andaba cerca.

Pasaron varios días antes de verla de nuevo, yo pensé que el entusiasmo se le había ido, como suele suceder a los veintipico. Y aunque sus visitas me generaron algunas expectativas, me acostumbré rápido a que dejara de venir.
Me la encontré otra vez en el E1, no le hable por supuesto, la casualidad de encontrarnos otra vez en la misma situación no me daba permiso para nada. En ese colectivo viajaba una morocho de ojos claros que se ganó mis cuatro versos desconcentrados por la mirada de la piba pegada a mi boca, adivinando mis susurros.
Cuando bajé se bajó detrás mío.
- ¿Cómo le va?- preguntó- sabía que no lo iba a encontrar, por eso no fui a su casa, quería verlo de nuevo en el colectivo, lo necesitaba para el cuento.
- Ando bien y podrías dejar de tratarme de usted ya que me vas a andar siguiendo. Así que un cuento... yo que me imaginaba una novela.
- Vamos despacio- dijo sonriendo, creyéndome.

Caminamos hasta mi casa, esta vez nos quedaríamos en la terraza, aprovechando el sol de la siesta.
- Vos prepará el mate mientras me baño- le pedí. Ella empezó a revisar la mochila y a sacar mate, bombilla, cuadernos y birome.
Cuando subí acariciaba un gato y pensé que hubiera debido dedicarme a la fotografía, tan concreta y poética si se abren los ojos.
- Estábamos en aquel día- me dijo- el día de Julio, de Clara y la cuchara en el bolsillo.
- Bueno- respondí agarrando el mate- en esos días ya estaba a punto de terminarla y me sentía contento, hasta que revolviendo mis propias palabras, descubrí ese identikit, mi autorretrato... Era un Van Gogh ya sin oreja, pero antes de pintar la Noche Estrellada. ¿Entendés?
- Lo intento.
-¡Claro, piba! Me di cuenta de que no la iba a terminar, no porque no quisiera, no la iba a terminar porque no me gustaban los finales, como dijo Julio. Porque yo sí era El Nunca.
Anotó con rojo EL NUNCA, se lo perdoné.
-¿Y entonces?- me interrogó previendo el desenlace.
- Entonces, lo que viste chiquita, esos papeles en el portafolios. Pero te pido, por favor, no sigamos por hoy, cebate otros mates antes de que se vaya el sol.

De esto hace más o menos, cuatro meses, no vino más la piba y estuvo bien
Se ve que entendió todo, pero no sé para qué cuento esto.

miércoles, diciembre 27, 2006

Uno mismo

- No,no sé exactamente adónde voy. Quiero decir, podría darte una dirección que nunca visitarías y no valdría la pena.
- Algunas veces, a fin de cuentas, es mejor no saber. Ponerse unas vendas oscuras en los ojos después de haber confesado que no quisiera que te vayas.
- Sin embargo, me voy acortando distancia. Me voy sabiendo cómo encontrarte.
-Por eso mejor me tapo los oídos, no quiero escuchar el silencio de que no me llames.

- Qué raro que seas yo.
- ¿Una parte de vos?
- No, yo completamente. Que para hablarte me hable, porque siempre hice trampas a la hora de la clandestinidad.
- Arriesgado lo tuyo...
- Irresponsable.
- Bueno, pero ahora es distinto. Te vas y yo me quedo aunque digas ( y sepa) que vas a estar más cerca.
- El espacio es peor que el tiempo...
- No me gusta que hables sólo para completar renglones. ¿Qué vás a hacer cuando dejes de encontrarme?
- Buscar monedas y un teléfono público.

lunes, noviembre 27, 2006

Sobre llovido, tocado.

( Crónica subpluvial)

Creo que siempre me han gustado los viajes en taxi, como si el tiempo que tardo en llegar a mi casa desde cualquier lugar fuera justo el necesario. Una vez que el taxista cumple con ese tipo de prueba, consistente en testear si el pasajero es o no de esos que se aburren con quince o veinte minutos de silencio, se vuelve placentero. Uno puede recostarse un poco sobre alguno de los vidrios y ver como la gente va, pasa...

A veces, como anoche, también se puede mirar la lluvia y saberse seco por un rato, abrir la ventanilla a penas, y calcular si irá a hacer falta ponerse un abrigo antes de llegar.

Estoy acostumbrada a bajarme una o dos cuadras antes, para no romper el clima con algún barullo familiar que ande dando vueltas, y fumar tranquila el casi último cigarrillo del día.
Ayer, cuando abrí la puerta, todos dormían. Supe que tenía que buscarte y decirte que, en un taxi, nos habíamos reconciliado de una enemistad que olvidé mencionar en la tarde.
Vos leías un cuento para ir a dormir, entonces, como si realmente no existieran las casualidades, Cortázar dijo: “ Siempre olvidé el paraguas antes de ir a buscarte”.

No me importó que alguien más entendiera, pasé sin tocarte mi mano por tu espalda y abracé la almohada, que tembló.

domingo, noviembre 19, 2006

Chau, qué tal...

Esto no será un inventario, no quiero una caja en la que ir guardando 24 años como encerrándolos, no voy a enumerar lo que dejo, porque todos los días vendré de visita.
Cuando sea hora de apagar los sonidos, tendré una puerta azul, igual que la que ahora miro, para abrir.

Algunas veces, esto pasa y el amor te destierra, te exilia, te arma las valijas, las mudanzas. Y ahí va uno, contento, con fotos y probabilidades para las paredes que estarán todavía blancas.

Nos vamos, más solidarios que nunca, a ser otros.
Nuevos, también blancos y pulcros, a volvernos la casa detrás de la puerta que abrirá una mujer de ojos felices.