miércoles, noviembre 23, 2005

De lluvias

Como caminar lloviéndose, buscando algún techito justo cuando pierde sentido el refugio, cuando no cabe más agua ni por dentro.

Los perros también buscan... y las señoras. Una, que vino recién dijo que a tres cuadras llovía a cantaros. – Subjetivos cántaros – me dije.
Los días de lluvia se acomodan solos y hasta las radios se dan cuenta y ponen tango o Frank Sinatra. Y uno puede reírse o llorar según ( y a quien) corresponda.

Yo recuerdo dos lluvias... o tres. Una: cerquita, acá en la peatonal. Salimos después de la segunda cerveza – que también nos había durado una hora -. Yo con el piloto amarillo que, como es grandote, siempre alcanzó para las dos. Sonreíste más que cómplice y te metiste entre mi cuerpo y esa trinchera eficaz de tela de avión. Después de la primer cuadra ya era inútil y supimos besarnos como correspondía, bien mojado, besos enlluviecidos.

Una vez, era lejos. La lluvia en la 9 de Julio es exactamente como la imaginaba en Paraná, y tenés que correr sí o sí, pero para que no te sorprenda algún auto paveando y provinciana. Y si te acompaña otra mujer que se cuida de la gripe y come sólo verduras te podés reír todavía más y aconsejarle un baño caliente y llegar a la misma casa con el gato en la puerta. Pasar, y abrir la llave de la ducha y volver a sonreír, sabiendo que siempre después había llovido tanto.

Y Milú, aclarándose la garganta, abriendo los ojos para lavarse de suicidios en Monte Buey o en Rosario.
- Por Dios, que llueva -.
Después, arreglar el jardín y ser feliz de no estar en el hospital de Bell Ville.
- Me gusta como te queda el pelo, así recogido – y me lo desordenaba, todo mojado.

Hoy, que también llueve, escribirte pisando las baldosas flojas, salpicándote de besos líquidos, de duchas en contra de las gripes, de cuerdas vocales sanándose, de todas las lluvias que guardé hasta encontrarte.

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